¿Qué hacemos con nuestros difuntos?

                  Todo fiel cristiano tiene derecho a que, con ocasión de su muerte, la Iglesia eleve a la Divina Majestad oraciones y súplicas en su favor: Son los ritos funerales del entierro y de la misa.

            Por medio de esos ritos se buscan tres fines: orar por el difunto; venerar cristianamente su cuerpo, que ha sido templo del Espíritu Santo, y dar consuelo y esperanza cristiana a los que están afligidos o afectados por la muerte de sus seres queridos.

            Ahora bien, hay que entender que los ritos funerarios implican siempre el entierro del cadáver. Esto es muy importante. El entierro es el momento por el cual se realiza el acto de reconocer que el difunto ha salido de este mundo. Su alma se ha presentado ante el Tribunal de Dios y su cuerpo debe esperar la resurrección volviendo a la tierra de la que fue sacado. Sólo los restos mortales de los que han sido reconocidos públicamente santos por la autoridad de la Iglesia pueden ser expuestos a la veneración pública de los fieles. Las honras fúnebres que se realizan para todos en el momento del entierro se prolongan en este caso de la santidad reconocida, si es posible, a una veneración continua porque son ejemplo de virtud para todos los fieles cristianos, aunque eso no es lo más importante. De muchos santos, por ejemplo San José, no conservamos hoy su cuerpo ni sabemos exactamente el lugar donde fue enterrado y sin embargo seguimos conservando su memoria y honrándolo con veneración.

            Para dar sepultura a los cadáveres de los difuntos están los cementerios (palabra griega que significa dormitorio), el lugar donde duermen el sueño de la muerte los que esperan la resurrección. Esa es la tradición cristiana que ha revestido de fe la conciencia humana del respeto a los restos mortales de los difuntos. Ese respeto a los restos mortales está presente en todos los lugares y en todas las épocas del ser humano desde sus orígenes más antiguos.

             Al extenderse la novedad de realizar la cremación de los cadáveres, que la Iglesia no prohíbe aunque aconseja vivamente la costumbre de la sepultura de los restos mortales, se plantea el problema de qué hacer con las cenizas. Gracias a Dios se está perdiendo la moda de esparcirlas por la tierra o el mar. Todos necesitamos tener un lugar de referencia donde poder señalar la presencia del difunto. Esparcir las cenizas implicaba perder ese lugar de referencia y afirmar consecuentemente la desaparición completa del difunto, cosa que no es verdad porque el difunto no ha desaparecido ni ha dejado de existir: su alma inmortal no puede ser destruida y aunque es verdad que su cuerpo ha muerto, sigue siendo su cuerpo y el alma tiene derecho a su cuerpo, por que es suyo, no es nuestro y nosotros tenemos el deber de respetarlo.

            Ahora hay personas que incineran el cadáver del difunto y prefieren guardar las cenizas en la casa. ¿Eso está bien? A bote pronto podríamos decir que ni bien ni mal, pero si lo analizamos más detenidamente tiene sus consecuencias e implicaciones. Veamos:

1.-Es algo novedoso desde que se ha hecho posible la incineración de los cadáveres. Sin incineración eso no se podría realizar. Nadie se queda con el cadáver del difunto en la casa.

2.-Es posible que en el fondo haga presente la dificultad de aceptar la muerte del ser querido y comprender que la relación con él ya no es posible mantenerla como antes cuando estaba vivo.

3.-Es, quizás, querer mantener una relación con el cuerpo del difunto como único elemento de su existencia olvidando la realidad fundamental de su alma, olvidando que el alma es lo verdaderamente esencial, que el cuerpo es una parte, pero no es el todo y que el cuerpo sin alma no es nada, que el cuerpo necesita del alma. Dirigirse sólo al cuerpo es olvidar el alma.

4.-Guardar las cenizas del difunto en la casa es perder la conciencia de pertenecer a una comunidad humana y cristiana que tiene un lugar común para guardar los restos mortales de los antepasados donde todos pueden venerarlos, orar por ellos y conservar una conciencia histórica común como ciudadanos y como cristianos.

5.-Es, quizás también, afirmar la convicción de que la memoria del difunto depende sólo del recuerdo de los que lo han querido. Cuando ese recuerdo se diluya con el paso del tiempo y de las generaciones ¿qué pasará con esas cenizas?

6.-Es posible que también sea olvidar la verdad del Cielo donde verdaderamente moran nuestros seres queridos difuntos que han muerto en la paz de Cristo y hacer un desprecio de la vida eterna que Dios nos ha regalado y que no está en la tierra sino en la eternidad de su Reino.

7.-Es no apreciar que también los otros hermanos cristianos tienen el derecho y el deber de orar y de conservar comunitariamente la memoria de los fieles difuntos que han formado parte de su comunidad cristiana aquí en la tierra y que ahora los pueden tener como intercesores en el Cielo.

Quizás haya más razones o sinrazones, quizás se den todos los motivos presentados o algunos de ellos. La verdad es que resulta extraño, eso hay que reconocerlo.

Para los cristianos el lugar propio de los restos mortales de nuestros difuntos es el cementerio con sus tumbas y sus posibles columbarios. Hasta el siglo XIX las sepulturas de los difuntos se realizaban en las mismas iglesias o el lugares cercanos a ellas par significar el vínculo de unión de los vivos con los difuntos y tenerlos cerca del Altar donde se celebraba el Sacrificio de Cristo, la Santa Misa. Aquí en Yecla el cementerio era la misma iglesia de la Asunción y sus terrenos aledaños y la iglesia de San Francisco. Por cuestión de sanidad pública el poder civil ordenó que los cementerios estuvieran fuera del límite de las poblaciones donde habitaban los vivos y por eso se construyó el Cementerio Eclesiástico tan querido por todos los yeclanos y en él la capilla donde por los menos una vez al año se puede celebrar la Misa en sufragio de todos ellos. En otras poblaciones se construyeron cementerios civiles. El Cementerio lo vivimos los cristianos como una prolongación sagrada del edificio de la iglesia. Es un terreno verdaderamente sagrado destinado a la conservación y a la memoria de los restos mortales de nuestros hermanos en la fe y de todos los difuntos que se entierran en él en la esperanza de la resurrección.

No consintamos en modas que pueden resultar peligrosas para la afirmación de nuestra misma fe católica. Ayudémonos unos a otros a enterrar a nuestros difuntos y busquemos todos el consuelo de la misma fe. El cementerio es el lugar garantizado donde se pueden seguir dando juntos los tres fines de los ritos funerarios a los que todo fiel cristiano tiene derecho aunque desaparezcan sus familiares más directos: la oración por ellos, la veneración de sus cuerpos y el consuelo de los afligidos.

Al acercarse la festividad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos esforcémonos por vivir con intensidad la fe de la Iglesia y encomendemos a nuestros familiares que han partido de este mundo a la Misericordia Divina y a la intercesión de la Virgen y ayudémonos todos a vivir con esa misma fe la realidad de la muerte y la esperanza de la Vida Eterna y en la futura Resurrección.

Vuestro Párroco

José Antonio Abellán

La Basílica de la Purísima es nombrada «templo jubilar» durante el año de la fe.

Con motivo del «año de la fe» que estamos celebrando, el Sr. Obispo ha concedido el nombramiento de templos jubilares a diversas Basílicas, Iglesias y Santuarios de la Diócesis de Cartagena.

Entre ellas se encuentra nuestra Basílica Arciprestal de la Purísima Concepción de Yecla.

Esto significa que se concede la gracia de la Indulgencia Plenaria de la pena temporal por los propios pecados o en sufragio de las almas de los fieles difuntos, a todos los fieles que participen en una celebración sagrada o al menos se detengan en un tiempo de oración y reflexión personal en la Basílica de la Purísima, concluyendo con el rezo del Padre Nuestro, la Profesión de Fe (Credo), e invocando a la Stma. Virgen María.

Para ganar la indulgencia se requiere además confesar frecuentemente con corazón verdaderamente arrepentido, recibir la Sagrada Comunión y rezar por las intenciones del Santo Padre.

Además, el Sr. Obispo ha concedido también a los párrocos y rectores de los templos jubilares el poder de perdonar los pecados reservados, tales como el aborto.

Es una gracia que se concede a nuestra Parroquia, y que hemos de recibirla con gozo y alegría, intensificando así nuestra vida de fe con la mayor asiduidad a la celebración de la Eucaristía, a la oración ante el Santísimo y a la confesión, de forma que podamos ganar muchas Indulgencias ya no solo por nuestros pecados personales, sino también para aplicarlas a las almas de los difuntos.

Decreto del Sr. Obispo.

¿Qué es la indulgencia plenaria?

La «Agrupación Deportiva del Atletismo Yeclano», inicia su temporada visitando a la Patrona.

El pasado sábado 27 de octubre, los jóvenes atletas yeclanos pertenecientes a la «Agrupación Deportiva del Atletismo Yeclano», iniciaban la temporada 2012-2013, subiendo hasta el Santuario del Castillo para encomendarse a nuestra patrona la Purísima Concepción.

Allí, recibidos por el coadjutor de la Basílica, fue proclamado un pasaje de la Primera Carta a los Corintios (1Co 9, 24ss) en el que San Pablo pone en comparación el atletismo o los deportes con la vida de fe: «Sabéis que, en una carrera, todos corren pero solamente uno recibe el premio. Pues bien, corred de tal modo que recibáis el premio. Los que se entrenan para competir en un deporte evitan todo lo que pueda dañarles. Y lo hacen por alcanzar como premio una corona de hojas de laurel, que en seguida se marchita. Nosotros, en cambio, luchamos por recibir un premio que no se marchita.»

A continuación los asistentes rezaron la Salve, ofrecieron sus flores a la Virgen, cantaron el himno y para finalizar todos pasaron por el camarín de la Patrona a besar su manto y pedirle su protección.

Vídeos de las conferencias de la VI Semana de la Familia en Yecla.

Ofrecemos los vídeos realizados por Teleyecla de las conferencias pronunciadas durante la «VI Semana de la Familia», que tuvo lugar del 17 al 20 de octubre de 2012, en la Parroquia de San José Obrero.

Ha comenzado el año de la fe.

El pasado 11 de octubre, fecha conmemorativa del 50º aniversario inicio del Concilio Vaticano II y del 20º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, su Santidad el Papa Benedicto XVI inauguró en Roma el Año de la Fe. La intención de esta celebración está contenida en la Carta “Porta Fidei” del mismo Papa publicada el 11 de octubre de 2011 y que dice;…el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo… también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe… Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza… el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica…El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad… Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin…”

            El Papa, pues, nos propone:

1.-Convertirnos al Señor, volver a él, que pasa a nuestro lado y nos llama.

2.-Una nueva evangelización de los bautizados, esto es: un renovado deseo de recibir la Buena Noticia del Amor de Dios y poder comunicarlo a los demás.

3.- No hacernos una “fe a la carta”, sino recibir la fe que nos ha entregado Jesucristo por medio de la predicación de los Apóstoles y la Tradición de la Iglesia Católica. Confesar la fe con plenitud y renovada convicción.

4.-Celebrar la fe, sobre todo participando activamente en la Santa Misa los Domingos y días de Fiesta y, si fuera posible, todos los días.

5.-Estudiar el Catecismo para conocer los contenidos fundamentales de la fe.

6.-Dar el testimonio de la caridad a los hermanos porque la fe sin caridad está muerta y la caridad sin fe es un sentimiento expuesto constantemente a merced de la duda.

Lo que el Papa nos señala a todos los católicos es vivir este “Año” con el deseo de renovar nuestra conciencia cristiana, que no nos conformemos con lo que somos y como somos, por que podemos ser más y de mejor calidad hasta llegar a dar la talla de Cristo.

Vivimos un tiempo de retos, difícil, el desierto de la incredulidad es muy grande y parece que avanza más y más. Muchos hombres y mujeres desean conocer a Dios y no tienen la suerte de encontrarse con él por que los cristianos no somos un espejo nítido de su imagen. Hay que limpiar el rostro de Cristo ennegrecido por nuestros pecados y mostrarlo al mundo con un ardor renovado. ¿Cómo vamos a mostrar a los demás a Jesús, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, si los que nos llamamos cristianos no queremos serlo bien y nos conformamos con nuestra mediocridad e ignorancia.?

Cuando se habla de Dios, de la Iglesia, del cristianismo todos somos “doctores” pero ¿cuánta gente conoce de verdad de lo que está hablando? Hablan de oídas, de creencias, de opiniones muchas veces sin consistencia. Ese no es el camino. Para hablar hay que conocer, hay que saber, hay que tener información y experiencia. Para ayudarnos a todo esto está ante nosotros el “Año de la Fe”. No lo desaprovechemos.

Nuestro Sr. Obispo ha decretado que uno de los Templos Jubilares donde se podrá ganar diariamente la Indulgencia Plenaria del Año de la Fe es nuestra Basílica de la Purísima Concepción. Esto supone un reto para todos nosotros porque tenemos que hacer de nuestra Basílica un horno de fe ardiente para nosotros mismos y para los demás.

Pues a responder a este reto: Las misas deben ser vividas con mayor intensidad, el Evangelio debe ser proclamado con mayor constancia, las fiestas deben ser celebradas con más fidelidad cristiana, las confesiones deben ser más frecuentes, la adoración del Santísimo debe ser más constante, la devoción a la Virgen debe ser más profunda, las catequesis de niños, jóvenes y adultos deben ser más intensas, las familias deben ser más responsables de la educación en la fe de sus hijos, la oración debe ser más profunda… se nos tiene que notar que somos cristianos por los cuatro costados, y cristianos alegres, convencidos, animosos, valientes.

Que nuestra Madre la Virgen Purísima, que siempre fue fiel, que siempre fue creyente, nos ayude a todos con su poderosa intercesión.

José Antonio Abellán.

Decreto del Sr. Obispo concediendo la indulgencia plenaria y sus condiciones.

Rosario de la Aurora el domingo 28 de octubre.

A las 9 de la mañana del domingo 28 de octubre, último domingo del mes del Rosario, la Cofradía de la Aurora organiza la procesión del Rosario por el interior de la Basílica de la Purísima portando la imagen de la Virgen de la Aurora. Durante la misma el Parroco de la Basílica rezó el Santo Rosario y los auroros cantaron sus tradicionales cánticos.

A la procesión asistieron miembros del Real Cabildo de Cofradías Pasionarias de Yecla, y el Antonio Verdú, Concejal de Cultura.

Las cofradías de Yecla participan en la X Jornada Diocesana de Cofradías y Hermandades en Cieza.

El pasado domingo 21 de octubre, tuvo lugar la X Jornada Diocesana de Cofradías y Hermandades. La ciudad escogida para el encuentro de este año fue Cieza, que precisamente está celebrando un año jubilar por el 400 aniversario de la imagen del Stmo. Cristo del Consuelo.

Miembros del Real Cabildo Superior de Cofradías Pasionarias de Yecla, así como de las distintas cofradías de Semana Santa, formaron una comitiva de más de 60 personas que participaron en dicha jornada de convivencia, que logró reunir a más de 1600 personas procedentes de toda la Diócesis de Cartagena.

Aunque estaba previsto que la Misa presidida por el Obispo se celebrase en la explanada de la Ermita del Stmo. Cristo del Consuelo, la lluvia que acompañaba el día hizo que la Eucaristía tuviera lugar en la Basílica de Ntra. Sra. de la Asunción.

Junto a la imagen del Stmo. Cristo del Consuelo, Mons. Lorca Planes explicó el significado de esta imagen tan querida por los ciezanos y con la letra del Himno dedicado a este Cristo, configuró un discurso cargado de espiritualidad. El Sr. Obispo agradeció la asistencia a todos los presentes, que a pesar de las condiciones temporales no dudaron en participar de esta jornada de fraternidad, testimoniando su fe y su comunión con la Iglesia.

22 de octubre: fiesta litúrgica del Beato Juan Pablo II.

Hoy 22 de octubre se celebra la fiesta litúrgica del Beato Papa Juan Pablo II, elevado a los altares en una multitudinaria Misa el 1 de mayo de 2011 en la Plaza de San Pedro en Roma.

La decisión de celebrar la memoria del Papa Peregrino el día 22 de octubre se tomó debido a que ese día en 1978 Juan Pablo II inició su pontificado.

En la homilía de aquella Eucaristía, el Papa Wojtyla hizo su emblemática exhortación a los católicos de todo el mundo: «¡No tengan miedo! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo

Por ser Juan Pablo II aún beato, las celebraciones oficiales se realizan en Roma, ciudad de la que todo Papa es Obispo y en Polonia, su país natal. Esto no impide que católicos de otras partes del mundo, algunos de los cuales han solicitado a través de sus diócesis el permiso formal, puedan plegarse a las celebraciones.

El proceso de canonización del Papa Wojtyla sigue su marcha normal y se evalúan posibles milagros atribuidos a su intercesión, como ha confirmado el Prefecto para la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato.

El milagro que permitió la beatificación de Juan Pablo II fue la curación del Parkinson de la religiosa francesa Marie Simon-Pierre,  la misma enfermedad que padeció el difunto Pontífice.

HOMILÍA DEL PAPA JUAN PABLO II
EN EL COMIENZO DE SU PONTIFICADO (22 de octubre de 1978).

Audios de las conferencias de la VI semana de la Familia en Yecla.

Os ofrecemos los audios de las conferencias pronunciadas durante la «VI Semana de la Familia», que tuvo lugar del 17 al 20 de octubre de 2012, en la Parroquia de San José Obrero.

 

Fiesta de Santa Teresa de Jesús, 15 de octubre.

Pablo VI proclamó Doctora de la Iglesia a Santa Teresa de Ávila el 27 de septiembre de 1970. Pero ¿por qué una monja de clausura llega este punto? Muchos méritos podrían atribuírsele: la reforma de la orden del Carmen volviendo a su esencia, la fundación de 15 conventos de Carmelitas Descalzas siguiendo la reforma, sus escritos y do0ctrina… Pero todo esto no fueron sino frutos de su vida de oración, como el mismo Pablo VI dijo en su proclamación como Doctora:

«Santa Teresa es madre y maestra de las personas espirituales. Una madre llena de encantadora sencillez, una maestra llena de admirable profundidad con una misión más que autorizada que llevar a cabo en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración.

El mensaje de oración nos llega a nosotros, hijos de la Iglesia, tentados por el reclamo y por el compromiso del mundo exterior, a ceder al trajín de la vida moderna y a perder los verdaderos tesoros de nuestra alma por la conquista de los seductores tesoros de la tierra.

Este mensaje llega a nosotros, hijos de nuestro tiempo, mientras no sólo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo.

Llega ahora a nosotros el sublime y sencillo mensaje de la oración de parte de la sabia Teresa, que nos exhorta a comprender <<el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad…,que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama>>.

Este es, en síntesis, el mensaje que nos da Santa Teresa de Jesús, doctora de la santa Iglesia. Escuchémoslo y hagámoslo nuestro». (Homilía de Pablo VI en la proclamación como Doctora, 27-9-1970).

Nosotros podremos haber experimentado el encuentro con Jesucristo a través quizás de los acontecimientos de nuestra historia, pero ese encuentro puede diluirse e incluso caer en olvido por nuestra parte, si no se alimenta y renueva diariamente. Aquí es donde entra en juego el mensaje de oración de Santa Teresa. El cristiano necesita tener «vida de oración», de coloquios sosegados y largos con Aquel que nos ama. Así es como ese encuentro inicial con el Señor se va fortaleciendo día a día, descubriéndonos de forma cada vez más clara el amor que Dios nos tiene.

Santa Teresa llego a grandes cumbres en este aspecto, llenándose hasta tal punto del Amor de Dios, que sentía como fuego ardiente la necesidad de ser toda suya: «vuestra soy, para vos nací». Este amor le llevó a ver su «gran vileza», pequeñez y miseria, a la vez que se conmovía ante la obra de Dios en su vida, instándole a una mayor entrega: «vuestra soy, pues me criasteis, vuestra, pues me redimisteis, vuestra, pues que me sufristeis, vuestra pues que me llamasteis, vuestra porque me esperasteis, vuestra, pues no me perdí: ¿qué mandáis hacer de mí?».

Tal experiencia de amor lleva al alma a lo que Santa Teresa llama la «santa indiferencia«, el no afectarnos nada de este mundo de tal manera que pueda robarnos la paz y la unión con Cristo, el aceptar por amor a Dios las adversidades y sufrimientos, pero siempre con la certeza de que «El Amado» no nos deja, y que esas circunstancias nos unen más a Él. Nada importa de lo que nos pase: pobreza o riqueza, salud o enfermedad,  vida o muerte, con tal de estar llenos del amor de Dios.

En el poema de la Santa que ofrecemos podemos comprobar claramente esta santa indiferencia. Os invitamos a llevarlo a la oración.

Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,
eterna Sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?