“SIN MÍ NO PODÉIS HACER NADA”
En el camino de la Pascua hasta la fiesta de Pentecostés nos detenemos este domingo en una frase del Señor: “Sin mí no podéis hacer nada” ( Jn 15,5). Es una frase contenida en el evangelio de San Juan que se leyó precisamente el jueves pasado en la misa de San Isidro Labrador.
En primer lugar habría que decir que es una frase muy atrevida. ¿Cómo que sin Jesús no podemos hacer nada? Jesús ha sido categórico, no ha dicho podéis hacer muchas cosas, pero no todas, algo sí pero algo no… ha dicho “nada”.
¿Y todo lo que hacemos sin contar con Jesús?
Para responder a esta pregunta debemos acordarnos de aquella afirmación que dijo en el Evangelio de San Mateo: “El que no recoge conmigo, desparrama”. (Mt 12, 30) En ese sentido sí que hacemos cosas sin Jesús, pero todo consiste en desparramar, no en construir.
Nos ha tocado una etapa seria de la historia aunque muchos quizás no se han dado cuenta de ello o vean señales que no sepan descifrar. Me refiero a que nos ha tocado una época en donde la deconstrucción de la sociedad hasta ahora basada en los pilares del cristianismo es un empeño constante y programado sea por grupos de presión social o política, sea por otros intereses oscuros. El caso es que hay una insistente presión y alcance para suprimir el cristianismo de la sociedad occidental. ¿Alguien se ha preguntado qué vamos a poner cuando el cristianismo se consiga erradicar? ¿Alguien se ha preguntado qué futuro se está planteando en nuestra sociedad en todas aquellas facetas donde el cristianismo ha dejado de ser señal que ilumina muchas conciencias, por ejemplo en el matrimonio, en la familia, en la atención a los débiles, en la justicia social y laboral…?
Hay una palabra que podríamos considerar como la carcoma del árbol del cristianismo y de toda la cultura occidental bajo cuyas ramas nos hemos cobijado hasta ahora: el sustantivo es “sentimiento”, el verbo es “sentir” y el adjetivo “sentimental”. Todos tenemos sentimientos, es verdad, y son parte de nosotros mismos, pero los sentimientos no pueden ser los garantes de la rectitud de una vida porque los sentimientos son volátiles.
¿Nadie ha oído o dicho nunca: “ya no “siento” amor por ti, no me “siento” hombre o mujer, no “siento” escrúpulos o remordimientos, no me “siento” culpable, me “siento” o “no me siento” bien…? ¿No se os ha dicho: Lo importante es que te “sientas” bien, que te “sientas” a gusto…
El sentimiento es muy afectivo, emotivo… y poco racional. Y en esto está el problema, que en la deconstrucción de la sociedad se ha dado cabida a lo irracional frente a la razón. Hay un dicho que reza así: “El corazón tiene razones que la razón o entiende”. Es un dicho bonito, si, pero no es verdadero. La razón es lo que nos hace descubrir la verdad de la mentira, lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo… La razón entiende todas las razones porque todas las razones son razonables y razonadoras. Podemos poner el dicho al revés: “La razón tiene razones que el corazón no entiende”, y eso sí que es verdad, porque el corazón está por debajo de la mente, el sentimiento de la razón.
Porque nos gobierna el sentimiento y nos acogemos a lo afectivo y entonces perdemos la libertad, nos sometemos al “pensamiento único” del cual no se puede discordar, un pensamiento único que pretende subyugar cualquier opinión en contra, un pensamiento único sentimental del que, a veces, no se escapan ni siquiera algunos pastores de la Iglesia que, sea por presión, o por humus de vida, o por error, o por acomodación al esquema social imperante, o por convicción (Dios no lo quiera) acceden a dar al sentimiento carta de luz sobre los comportamientos humanos en detrimento de la razón.
Cristo nos enseña que no es el sentimiento lo que gobierna su comportamiento sino su razón. Jesús de Nazaret no se mueve por sentimientos ni por afectos, sino por fidelidad a la voluntad del Padre y esa fidelidad es lo que le hace ser libre y perfectamente humano y realizar el bien, la verdad y la belleza. Sin Cristo esto es imposible. Si por sentimientos y afectos fuera, Jesús nunca hubiera subido voluntariamente a la cruz para dar la vida, ni hubiera aceptado el camino del sufrimiento para demostrar la inmensidad del amor divino.
Hay una oración del oficio de la Misa después de la Comunión en la que se pide a Dios que sea la fuerza del Sacramento recibido, es decir Cristo, y no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida.
Eso es lo que yo pido para mí para que no claudique en mi libertad, en el seguimiento sincero del bien y de la verdad y para que mi vida no quede desparramada en el absurdo sino bien construida.
“Sin mí no podéis hacer nada” así lo dijo Jesús y así lo creo yo, y así espero que lo creáis vosotros.
José Antonio Abellán
Párroco de la Purísima