Queridos hermanos en el Presbiterado, queridos seminaristas, Sr. Presidente de la Asociación de Mayordomos de la Purísima Concepción y Junta Directiva, Sra. Presidenta de la Corte de Honor de la Purísima Concepción y Junta Directiva, Sres. Mayordomos de las insignias del Bastón y de la Bandera, Sres. Clavarios de las dos insignias, Sres. Presidentes y Cabos de las Agrupaciones de Escuadras de la Compañía Martín Soriano Zaplana y demás miembros de la soldadesca, Ilmo. Sr. Alcalde-presidente del Excmo. Ayuntamiento de Yecla y Corporación Municipal, dignísimas autoridades, queridos hermanos todos:
“¡Bendita sea la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María!”
Con estas palabras saludamos hoy la maravillosa obra de Dios que volcó todo su amor y preservó del Pecado Original y de toda mancha de pecado a la Virgen Purísima en el primer instante de su ser natural.
María es una de nuestra raza, sí, pero no participa de todas las circunstancias de nuestra raza. La Virgen María es una persona humana de la misma condición que Adán y Eva antes de cometer el pecado que les obligó a abandonar el Paraíso. La Virgen María nunca ha abandonado el Paraíso, y esto es lo que la hace especial y admirable.
Cuando miramos a la Virgen vemos a una mujer pura, perfecta, fiel, obediente, entregada… frente a todos los demás hijos de Adán que somos, por desgracia, impuros, imperfectos, infieles, desobedientes, egoístas… y llevamos en nuestro mismo ser la herida del pecado que afea y daña nuestra naturaleza. Llevamos en nuestro ser la añoranza del Paraíso perdido y el deseo de alcanzarlo y nunca conseguirlo. ¿Por qué? Porque equivocamos el camino. Nos miramos a nosotros mismos y no miramos a Dios como ella lo hizo. Todos sabemos que el bien, la verdad y la belleza son el espacio vital de nuestra existencia, pero experimentamos en nosotros mismos la tendencia, -y muchas veces la acción consumada- de la maldad, la mentira y la fealdad de unos actos y unos pensamientos que hacen imposible desarrollarnos en una vida sana.
Los propósitos de los hombres, siendo nobles muchas veces, no alcanzan su buen fruto. ¿Por qué? Porque el enfermo no puede realizar obras de persona sana, porque el ciego no puede realizar las obras del que ve con claridad, porque el invalido no puede caminar por la senda del que tiene sus pies ágiles como una gacela, porque el pecador con sus pecados no puede realizar obras de santidad divina. La fiesta de la Inmaculada Concepción nos llama a todos a mirar con fe y humildad al único que puede sanar de raíz nuestra naturaleza y hacerla santa como santa es la Virgen Santísima: Mirar a Dios, volvernos a Él, poner en Él toda nuestra esperanza.
Dios que nos ama y no quiere dejarnos en la estacada, ha puesto el remedio en un descendiente de la Mujer Inmaculada, en Jesús, verdadero y único amigo de los hombres, que teniendo también la naturaleza humana del Paraíso nos ha salvado con la medicina de su propio Cuerpo y su propia Sangre entregados hasta la Muerte en el árbol de la Cruz para unirnos a él y regalarnos su Vida.
La fiesta de la Purísima es la fiesta que nos invita a cogernos de la mano de la Virgen para caminar seguros en pos de Jesús.
Decía San Luis María Grignon de Monfort que la Virgen es el molde perfecto de donde salen personas perfectas. Se puede hacer una escultura a base de gubia, martillo y cincel, sí, pero ese modo de hacerla tiene el peligro de fallar en la fuerza del golpe y estropear el mármol. Si, además, el escultor es manco, o ciego, o débil de vigor la imagen puede salir llena de desperfectos y no tener belleza, ni ser de buena calidad y con fallos camuflados que la hacen falsa. Es más fácil poner todo dentro de un molde perfecto porque así tendremos la seguridad de sacar la imagen sin ninguna dificultad añadida. Dios ha querido, como os he dicho, que ese molde sea la Santísima Virgen María. ¿Hay algún ser humano más perfecto que Jesucristo? ¡No!, pues el molde donde Cristo se gestó no es otro que la humilde Virgen de Nazaret. Dios hizo a la Virgen de tal manera que fuese el medio consumado por el que su Hijo Bendito asumiera nuestra naturaleza humana y la llevara a la plenitud.
Al celebrar las fiestas de la Purísima, nuestra amada Madre y Patrona, estamos todos invitados no sólo a admirar como debemos a la Virgen, estamos invitados a introducirnos dentro de María para que su molde inmaculado, que es ella misma, nos modele puros en nuestra humanidad a semejanza de su Hijo.
Hoy quiero deciros a todos que nuestra amada Patrona tiene entre nosotros una presencia especial en estos días para que no temamos acercarnos a ella y aprendamos de ella el camino de la fe, el camino de una humanidad renovada. Ha venido, como cada año, a abrir una vez más la escuela del cristianismo en Yecla, su amada ciudad.
“Nadie puede ser cristiano sin ser mariano” decía el Papa Pablo VI. El Beato Papa Juan Pablo II nos lo ha dicho también con el lema de su pontificado: “Totus tuus” “Soy todo tuyo” y con su propia vida ejemplar que todos conocemos, y Benedicto XVI nos lo recuerda en todas las homilías marianas y rezos del ángelus que preside.
En Yecla nos enorgullecemos todos de ser marianos y mostramos a los cuatro vientos que la Virgen es una persona muy importante para nosotros. Pero ser mariano de verdad implica unas condiciones que no podemos soslayar y que ahora os quiero resaltar para bien de todos nosotros:
Ser mariano implica, en primer lugar aprender de la Virgen a ser personas de bien, de verdad y de belleza como lo es ella misma. ¿Cómo realizó esto la Virgen Purísima? Escuchando con atención y humildad la Palabra de Dios y guardándola en su corazón. Y esto lo podemos hacer esto nosotros indudablemente en la Iglesia Católica, que es la depositaria de la Palabra de Dios que se anuncia cuando se proclaman las Sagradas Escrituras y se explican por medio de las homilías y de la catequesis tanto para niños, jóvenes y adultos. ¿Tienes deseo sincero de escuchar la Palabra de Dios? No se puede entender un devoto de la Virgen que no quiera escuchar a Dios porque la Virgen escuchaba continuamente a Dios y buscaba en todo hacer su voluntad.
Ser mariano implica participar consciente y activamente en las celebraciones de la fe, especialmente en la Santa Misa que se celebra diariamente en el Altar y de modo especial los domingos y fiestas de guardar. ¿Vienes a Misa? No se puede entender un devoto de la Virgen que no venga a Misa porque la Virgen asistió en su vida mortal a las asambleas de la liturgia cristiana y ahora gusta de ella eternamente en el Cielo.
Ser mariano implica, en tercer lugar, vivir libres del pecado acudiendo con frecuencia al Sacramento de la Penitencia para confesar nuestros pecados y recibir la gracia del Perdón Divino. ¿Te confiesas son frecuencia? No se puede entender un devoto de la Virgen que esté aliado con los pecados y le guste vivir con ellos o sea indiferente a sus malsanas influencias porque la Virgen es enemiga feroz y victoriosa del pecado y del poder del Demonio.
Ser mariano implica también querer manifestar la fe católica en los espacios de la vida en donde nos desarrollamos: En la familia, en el trabajo, con los amigos, sin darnos vergüenza a manifestar nuestra identidad cristiana y querer vivir de acuerdo con ella y no dejarnos llevar por doctrinas de moda porque la verdadera novedad, frente a todas las ofertas que haya, es el cristianismo. ¿Manifiestas con verdad y humildad tu voluntad de ser cristiano aunque tengas fallos? No se puede entender un devoto de la Virgen a quien le dé vergüenza decir que es cristiano o lleve una vida moral contraria a la fe católica porque la Virgen María no ocultó su condición de Discípula de su Hijo hasta la soledad y amargura del Monte Calvario
Ser mariano implica, por supuesto, proteger la fe de los peligros de perderla por medio de la oración continua, de la adoración al Santísimo Sacramento del Altar, de la invocación a la Virgen por medio de prácticas de piedad: el rezo del Avemaría, del Rosario, de la Novena… etc. ¿Rezas todos los días? No se puede entender un devoto de la Virgen que desprecie o abandone la oración porque la Virgen rezaba todos los días continuamente, porque la Virgen María en el cielo es una mujer de continua oración.
Ser mariano implica también ser defensores de la verdad y de la dignidad del ser humano, especialmente de los más indefensos: los niños, los ancianos, los enfermos, los pobres, de la defensa del matrimonio y de la familia tal y como Dios, su Creador, nos lo muestra. ¿Defiendes la dignidad de la persona humana? No se puede entender un devoto de la Virgen que defienda el aborto o la eutanasia o el divorcio, el adulterio y la destrucción de la familia, porque la Virgen María ha defendido la dignidad de la persona en su matrimonio con San José, en el parto de su Hijo y la Huída a Egipto, en las bodas de Caná, en la Cruz del Salvador…
Ser mariano implica, y con esto termino, aunque no sea exhaustivo, querer ser hijo fiel de la Iglesia Católica que tiene como cabeza en la tierra al Vicario de Cristo, el Papa, y está formada por las distintas iglesias locales y muy concretamente por las parroquias de las que formamos parte. ¿Te sientes hijo de la Iglesia? No se puede entender un devoto de la Virgen que desprecie a la Iglesia y no quiera ser miembro de ella cuando en ella está la Virgen como Madre y primera Discípula.
Esta es mi experiencia, como estoy seguro que lo es también de muchos de vosotros y con ella os hablo. Desde pequeño fui educado en la escuela de María y me siento feliz de pertenecer a ella. Desde la cuna aprendí a rezar el Avemaría y no ha pasado ningún día sin que lo ponga en mis labios. A la edad de seis años ya aprendí el rezo del rosario y a guardar todos los sábados la memoria de la Virgen. Desde siempre he mirado con devoción las imágenes de la Virgen y las he adornado de flores y luces y nunca me ha gustado verlas desatendidas, y en mi casa es la Virgen la que ocupa el lugar más especial para que a donde dirija la mirada la pueda ver. Por medio de la Virgen he sabido responder a la voluntad de Dios sobre mi vida y me hice sacerdote y a ella consagré todos los días de mi ministerio sacerdotal. A la Virgen rezo todos los días por vosotros y con ella aprendo a quereros. La Virgen me recuerda todos los días la necesidad de vivir en la gracia de Dios y de confesar mis pecados. Por la Virgen siento deseos de alcanzar el Cielo y gozar con ella de la Vida de Dios. La Virgen me quita el miedo para hablar buscando y sirviendo a la verdad aunque a veces me cause problemas. Me gusta sentirme niño a los pies de la Virgen y quiero que todos los niños la amen, le canten y aprendan sus oraciones. Es seguro lo que os digo: No hay mejor escuela que la escuela de la Virgen para poder ser discípulos de Jesucristo. No hay mejor medio para tener paz y alegría en medio de las zozobras de la vida que asistir a la escuela de María. No hay mejor camino para saber andar la vida, aprender el amor y no perder nunca la fe y la esperanza que acudir sin faltas de ausencia a la escuela de María. Quien tiene a la Virgen lo tiene todo porque tiene a Cristo y tiene a la Iglesia. Quien tiene a la Virgen tiene una casa donde vivir, una madre a quien acudir, una familia a la que pertenecer y un refugio seguro donde ampararse. Quien tiene a la Virgen tiene certeza de salvación, regalo de redención y garantía cierta de vida eterna.
Vamos a continuar la celebración de la Eucaristía, culmen y fuente de nuestra vida cristiana, pidiéndole a la Virgen su amparo y protección y que nos introduzca dentro del molde de su amor misericordioso para que nos salvemos y se salve nuestro mundo tan desgraciado y sufriente. Digamos desde lo más profundo de nuestra alma el gozo que hoy y siempre nos inunda a todos: ¡Bendita y alabada sea la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, nuestra patrona, y benditos seremos nosotros si queremos de verdad ser hijos fieles de María!
Que así sea.
José Antonio Abellán