PREGÓN DE NAVIDAD

anacimiento

PREGÓN DE NAVIDAD.

Yecla, 22de diciembre de 2013

Sr. Presidente de la Asociación de Belenistas de Yecla, dignísimas autoridades, amigos todos:

            Pasadas las fiestas de la Virgen y no antes, como es de obligado cumplimiento en esta ciudad de Yecla,  nos disponemos a organizar y celebrar las próximas fiestas de Navidad, fiestas que tienen su prólogo con el acostumbrado Pregón que las anuncia. Diciembre es un mes festivo en esta preciosa ciudad donde la Inmaculada nos cobija a todos bajo su manto para conducirnos a celebrar llenos de gozo el Nacimiento del Señor una vez que su sagrada imagen ha sido entronizada en su santuario.

            Este año le ha tocado en suerte acoger este acto solemne a la recoleta y entrañable iglesia del Hospitalico como se le llama popularmente, la iglesia de la Virgen de los Dolores, como es su nombre propio, y hay una casualidad acontecida hasta hace poco tiempo que nos recuerda que a esta iglesia estaba unido el “Hospital” donde han nacido tantos niños yeclanos hasta la época en que se construyó y puso en funcionamiento el Hospital Comarcal de la Virgen del Castillo. Las contiguas salas de maternidad del Hospitalico hacen que esta iglesia tenga sabor de nacimientos y por tanto sea propicia para anunciar a los hijos de Yecla las próximas fiestas del Nacimiento del Señor. Pero no sólo eso es así: La imagen de la Virgen de los Dolores que desde siempre ha sido venerada en esta iglesia como su sede propia, nos remite a la doble maternidad de María Santísima: Por un lado la maternidad de su propio Hijo Jesucristo, nacido en el pesebre de Belén y muerto en la Cruz, y por el otro la Maternidad a los hijos de la fe, que somos todos nosotros nacidos de María en el momento de la muerte del Señor en el Calvario, tal y como quiso el mismo Señor cuando le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. La tradición piadosa y la enseñanza de los Santos Padres nos instruye diciendo que lo que no sufrió la Virgen al dar a luz a su Hijo en el Portal de Belén lo sufrió con creces al darnos a luz a nosotros en el monte Calvario. Así lo expresa muy bien el ilustre poeta español Don Diego Gómez Manrique, sobrino del ilustre escritor Marqués de Santillana y tío del también famoso poeta Jorge Manrique. En uno de sus poemas hace hablar a la Virgen y al hijo concebido en la cruz y dice así:

¡Ay dolor, dolor, dolor, 


por mi Hijo y mi Señor!

 

Yo soy aquella María 


del linaje de David: 


¡Oíd, hermanos, oíd 


la gran desventura mía!

 

A mí me dijo Gabriel 


que el Señor era conmigo, 


y mi dejó sin abrigo 


más amarga que la hiel.

Díjome que era bendita 


entre todas las nacidas, 


y soy de las doloridas 


la más triste y afligida. 

 

Decid, hombres que corréis

por la vida mundanal, 


decidme si visto habéis 


igual dolor que mi mal. 


 

Y vosotras que tenéis 


padres, hijos y maridos, 


ayudadme con gemidos, 


si es que mejor no podéis.





Llore conmigo la gente, 


alegres y atribulados, 


por lavar cuyos pecados 


mataron al Inocente. 


 

¡Mataron a mi Señor, 


mi Redentor verdadero! 


¡Cuídate!, ¿Cómo no muero 


con tan extremo dolor?





Señora, santa María, 


déjame llorar contigo, 


pues muere mi Dios y mi amigo, 


y muerta está mi alegría. 


 

Y, pues os dejan sin Hijo, 


dejadme ser hijo vuestro. 


¡Tendréis mucho más que amar, 


aunque os amen mucho menos! 


 

“Tendréis mucho más que amar aunque os amen mucho menos”. ¡Que gran gozo experimentar el gran amor de María que nos ama como fruto del inmenso dolor que padeció al ver morir al Hijo de sus entrañas y adoptar al mismo momento como hijos suyos a todos nosotros, los verdugos de su Hijo.!

Valga así, en el principio, el homenaje filial a nuestra Madre, la Virgen de los Dolores, en cuya casa nos reunimos y bajo cuya amorosa mirada estamos.

            Entrando ahora en el pregón que nos ocupa ¿Qué decir en primer lugar? Pues lo primero que toca decir es que la tradición del pregón de Navidad no es algo nuevo aunque su formato actual sí lo sea. La tradición del pregón tiene veintiún siglos de historia y su fuente no es humana, sino divina, como podremos comprobar.

Afortunadamente conservamos el texto escrito de este primer pregón de la historia. No es un pregón extenso y literario como estos a los que ahora estamos acostumbrados, aunque tiene también su parte literaria muy bien expresada, tiene sus espectadores y tiene su colofón artístico musical como parece ser que no ha habido otro nunca jamás, ni lo podrá haber.

El texto del pregón al que me refiero está contenido en un librito de pocas hojas y está redactado por un famoso médico que es mundialmente famoso no por el ejercicio de la medicina, sino por el esfuerzo con el que quiso y supo recopilar todo lo referente a un gran personaje del cual muchos tenían interés de conocer su persona y su enseñanza.

Como es el primer pregón de Navidad y el paradigma de todos los pregones posteriores, os invito a escucharlo con atención como si fuera dirigido hoy directamente a cada uno de nosotros que, trasladados a aquellos tiempos lejanos, nos sentamos con los primeros espectadores en la gran sala donde se pronunció. Siempre es bueno recordar los orígenes de las cosas para no desviarnos por derroteros perdidos y saber guardar bien la tradición.

El primer pregón dice así: “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.” (Lc 2, 8-14)

El primer pregonero de la Navidad fue un ángel del Señor. Su anuncio fue comunicar la gran alegría del Nacimiento del Salvador y dar la señal por la que reconocerían al recién nacido entre otros; el primer epílogo del pregón fue el más famoso concierto de la historia cuyo texto ha servido a multitud de intérpretes músicos y concertistas para recomponer imaginativamente la melodía que la multitud de los ángeles del Señor entonaron llenos de alegría; “Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis.” (Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres a quienes Dios ama, traducimos ahora) El redactor de este precioso texto no es otro que el evangelista San Lucas que, según la tradición, supo pintar el más precioso retrato de la Virgen María porque no lo pintó con las apariencias exteriores sino poniendo a la luz de quienes lo contemplan la intimidad admirable de la fe, el amor y la esperanza de la misma Madre del Señor.

Seguimos contemplando el primer pregón navideño de la historia cuya lectura nos ocupa para resaltar algunos aspectos que nos pueden resultar de interés: La platea, el espacio de los espectadores de este primer pregón es el campo, un campo donde se pueden recostar y donde cerca hay cuevas para cobijarse del relente de la noche; los espectadores primeros son unos pobres pastores que cuidan por turno su rebaño, un grupo de personas sin importancia ni relevancia social ni antes, ni después de este acontecimiento, porque si de los Santos Reyes Magos conservamos el número, sus nombres e incluso la urna de sus restos mortales en la grandiosa catedral de Colonia que se construyó en su honor, de los pastores del pregón no conservamos ni nombres, ni número ni reliquias que venerar y, sin embargo, no dejan de ser los primeros, los privilegiados, los que ocupan el palco de honor en este precioso pregón. Todo se llena de luz deslumbrante, única, sublime, divina que llena de asombro a quienes la contemplan.

Aparece el pregonero ¿Cuál sería su semblante? Dicen las Sagradas Escrituras que nadie podía ver el rostro del Ángel del Señor sin morir de inmediato, demostrando así la imposibilidad del hombre de acercarse a Dios, sin embargo aquí no ocurre eso, ¿por qué? Por que ha habido un cambio impresionante en este justo momento de la historia: No es el hombre quien pretende ufana y soberbiamente acercarse a Dios. Los pastores no pueden tener esa pretensión, ellos saben que no pueden hacerlo, son impuros, no cumplen con los preceptos rituales de la religión, no asisten al Templo, quizás incluso no saben leer ni escribir y por tanto desconocen en gran número las Sagradas Escrituras ¿Cómo van a pretender ellos ser personas merecedoras de estar junto al Señor y menos todavía de ser ellos los que tomen la iniciativa de aproximarse? A estos pastores en primer lugar, y después de ellos a todos los hombres a quienes se manifieste, el Ángel no les muestra un rostro terrorífico capaz de causar las muerte, sino un rostro amable, lleno de bondad y dulzura para anunciarles que es Dios mismo quien amorosa y humildemente se quiere acercar al hombre. Y así lo comunica el Ángel del Señor: Esta es la señal: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre”  ¿Qué mal puede hacer un niño recién nacido envuelto en pañales, fajado a la usanza de los judíos? Ese niño fajado y recostado es el Señor de los Ángeles, aquel a quien ellos adoran llenos de júbilo en el Cielo y que se ha dignado descender al suelo para darse a conocer a los hombres.

La Navidad, queridos amigos es esta experiencia gozosa que acabamos de contemplar: la experiencia de una humildad llevada hasta el extremo, de un amor que se desborda, de un agradecimiento y una alegría que transforma la vida.

Un profeta así lo anunció con respecto a Dios: ¡Alégrate mucho, hija de Sión!¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, salvador y humilde.” (Zac 9,9) y otro profeta también lo anunció con respecto a los hombres: Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.” (Isaías 57,15)

La Navidad es, sí, la fiesta de la humildad. Sin esta virtud es imposible vivirla.

¿Qué es la humildad? Es la virtud por la que reconocemos nuestras propias limitaciones, el reconocimiento de que somos tierra, débiles, necesitados… como hicieron los pastores.

La sociedad en la que vivimos no es una sociedad humilde. Hemos llegado a cumbres insospechadas de soberbia. Apoyados en las múltiples posibilidades que nos da el progreso de los conocimientos científicos y el dominio hasta cierto punto de las fuerzas de la naturaleza, ha hecho creer a una gran cantidad de personas que vivimos en las sociedades industrializadas que somos inmensamente poderosos, que podemos controlar todo, que somos capaces de crear y destruir la vida a nuestro antojo y criterio, que podemos organizar la sociedad creando leyes novedosas que no estén sujetas a ninguna norma moral ajena a nuestra voluntad, criterio u opinión, que el mundo está exclusivamente en nuestras manos. Que los hombres somos la medida de todas las cosas y que, lógicamente, no necesitamos ningún salvador, ningún redentor… no necesitamos a nadie más que a nosotros mismos.

Viviendo así, ¿ En qué se ha convertido la Navidad?

Pues todos lo podemos ver: En una carrera de consumismo, en unas diversiones de evasión, en un ridículo “espíritu navideño” que demuestra la nostalgia de un cambio en nuestra conducta, en nuestros valores, en nuestras convicciones y que se resiste a hacerlo creyendo que los hombres podemos llenar con nuestras solas fuerzas el mundo de paz y bondad cuando la realidad demuestra lo contrario.

Entendamos bien: La Navidad es una fiesta y una fiesta implica gasto extraordinario. Yo no me opongo, defiendo con tenacidad, los regalos entre familiares y amigos en estas fechas, la compra y consumo de manjares en las cenas tradicionales y comidas de amistad, la novedad en los vestidos, el adorno de las calles y de las casas… A lo que me opongo, también con tenacidad, es a que excluyan de la fiesta la razón que la convoca y que no es otra que el encuentro de los humildes con el que se hizo humilde para elevar, engrandecer y llenar de sentido nuestra pobre naturaleza. A lo que me opongo es a que se excluya la razón única y verdadera de esta fiesta que no es otra que la persona de  Jesús nacido en Belén y que se considere que se puede celebrar perfectamente esta fiesta excluyendo su verdadero motivo. Yo respeto a todos en las opciones que quieran hacer, pero no las comparto todas y no puedo menos de reclamar y pregonar que la Navidad es una fiesta cristiana a la que todos están invitados si quieren participar, pero que no la cedemos para que hagan de ella un harapo de festejo ridículo y sin sentido.

Por eso acepté de buen grado hacer este pregón de Navidad que hoy nos convoca a todos. No es un pregón de nostalgia del pasado, que no volverá aunque fuera muy bonito, ni un pregón que ensalce escenas costumbristas preciosas, porque lo son, por otro lado. Mi pregón quiere serlo para invitarnos a gozar con lo que todos sabemos que es la verdadera Navidad: Gozar con Jesús, el Hijo de Dios que se rebajó hasta hacerse hombre para que nosotros llegáramos a la altura de Dios por medio de Él, con todo lo que eso significa de dignidad de cada ser humano, de respeto al prójimo, de defensa incansable de los pobres y desprotegidos, de amor a los débiles y a los heridos en su cuerpo o en su espíritu o en los dos elementos a la vez…

La Navidad es la fiesta cristiana, lo repito otra vez, que ofrecemos a todos los hombres del mundo y que quiere llenar de gozo el corazón de todos sea cual sea su situación.

Gracias a la luz de la Navidad hemos descubierto que el Eterno se hace mortal, el Impasible se hace capaz de padecer, el Omnipotente se hace débil hasta el extremo, que Dios no es ajeno al hombre… en una palabra, que el amor se rebaja hasta el culmen de amar lo desgraciado para que nadie pueda decir “¡Qué desgraciado soy!” y, si lo dice, pueda enseguida recuperarse y decir también que en la desgracia hay espacio suficiente para experimentar el amor y, que por tanto, la desgracia desaparece con ese amor que toma nombre de amistad, consuelo, compañía, generosidad, perdón, sonrisa, dulzura, caridad… cercanía de Dios.

La Navidad es bellísima. Los cielos y la tierra se juntan en una misma contemplación. La fiesta de Navidad nos convoca a todos, como fueron convocados los pastores de Belén a asistir al pesebre donde la humilde María recostó a su Hijo recién nacido. Todas las miradas se dirigen hacia Él: la de su Madre, por supuesto, la del esposo de la Virgen, con la misma razón, la de la mula y el buey, la de los pastores y sus ovejas, la de los Magos y sus regalos, la de las estrellas, la luna y el sol, la de multitud de hombres y la plenitud de los ángeles… la del panadero, el carnicero, la hilandera, la lavandera, la de los segadores… ¿Qué hay puesto en un belén que no dirija su mirada al Nacimiento? Recuerdo yo cuando era niño que me gustaba ir acercando día a día un poquito las figuras de los Magos y sus pajes, pero también las de los demás personajes que adornaban el belén hasta que llegaba el día de Reyes y, milagrosamente, todos habían llegado hasta la meta, nadie en el belén se quedaba sin ver a Jesús recién nacido. En esa voluntad de acercar a los personajes hasta Herodes, el último, se acercaba arrepentido del mal que había consentido y realizado.

Hablando de esto último en la experiencia de la vida he confirmado una y otra vez, corrigiendo la ignorancia de niño, que Herodes no se arrepintió, y que como él hay por desgracia personas engañadas por todos lados que maquinan hacer el mal y se esfuerzan por realizarlo, personas que, aunque se digan creyentes, desprecian a Jesús y consecuentemente a los seres humanos, personas que sólo ven dinero, poder, prestigio, ostentación, ambición  malsana… que sigue habiendo niños inocentes de Belén en todas las etapas de la historia y que, sin embargo, también sigue habiendo Navidad, la oferta de Dios para que el malvado corrija sus errores y para que el que busca el bien se esfuerce en su empeño.

A veces he pensado: ¿Qué sería el mundo sin Navidad? Sin ambages esta es la respuesta que he encontrado: Un mundo sin esperanza. La Navidad es la fiesta de la vida que aun siendo tan débil y expuesta a tantos peligros, no puede ser vencida y siempre sale victoriosa. Dios ha querido que la vida fuera así para que siempre estuviera protegida y amada. Dios ha querido asumir para sí mismo esta débil vida humana y la ha entregado a las manos más amorosas, tiernas y fieles que ha encontrado en la tierra: las manos de María, y a las manos más responsables, defensoras y fuertes que ha habido en ningún varón: las manos de José. Con José y María la vida del Niño Jesús estaba segura y bien guardada en Belén, en Egipto, en Nazaret, hasta que llegase el momento de ser inmolada en sacrificio de amor. Celebrar la Navidad es experimentar que también nosotros podemos tener una experiencia semejante, que San José y la Santísima Virgen siguen ejerciendo en nuestro favor ese ministerio de responsabilidad paterna y materna desde el cielo y que siempre podemos acudir a ellos y aposentarnos en el hogar de Nazaret donde Jesús creció y desarrolló toda su persona en “estatura, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,42), que también nosotros podemos crecer hasta el final en esas tres cualidades que embellecen y ennoblecen al ser humano, y podemos y debemos recordar con cariño y agradecimiento a nuestros padres que con esfuerzo y tesón, con errores y virtudes, con sacrificio e ilusión han hecho todo lo posible para que lleguemos a donde nos encontramos y siempre se han alegrado de tenernos como hijos. Ellos también, indudablemente, han puesto sus manos sobre nosotros para ser nuestros protectores y abrirnos camino en la vida.

Quitemos la Navidad y ¿Qué nos queda? Un ciclo continuo de vueltas y vueltas a lo mismo año tras año, cada vez con más vejez, hasta llegar al fracaso. La novedad del cristianismo gracias al milagro de la Navidad que hemos conocido es que no hay ciclo continuo y repetitivo, ni el fin de la historia es el fracaso, sino que la vida del hombre es un ir continuamente avanzando de valuarte en valuarte hasta llegar al triunfo de poder llegar como aquellos pastores de Belén y todas las figuras que los acompañan a ver y gozar de Dios en su plenitud.

Vamos ya recapitulando y centrando el anuncio que en este pregón se requiere y sin dar ya más rodeos ni explicar ya más razones, copiando el móvil del primer pregón del que antes he hablado os digo:

Queridos amigos todos, de aquí a tres días será veinticinco de Diciembre, la fiesta del Nacimiento del Señor. Desde ahora todos estamos convocados a celebrar este acontecimiento con alegría desbordante. Llegará en primer lugar la Nochebuena, la noche más hermosa de todas las noches, la noche en que se hizo definitivamente realidad para siempre jamás lo que contempló el autor sagrado hablando de la noche de la liberación de Egipto: Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio.” (Sab 18, 14.15a) y las familias se reunirán para la cena más señera de todo el año y después la Misa del Gallo, como manda la tradición y canta el precioso villancico español recogido en el cancionero de Upsala:

No la devemos dormir

la noche sancta.

No la devemos dormir.

 

La Virgen a solas piensa

Qué hará

quando al rey de luz inmenssa

parirá:

Si su divina essencia

temblará,

O que le podrá dezir.

 

No la devemos dormir

la noche sancta.

No la devemos dormir.

Como los pastores hay que salir presurosos a comprobar si lo que anuncia el pregón de Navidad es verdad, si ha nacido el tierno Niño que es la esperanza de toda la Humanidad y pedirle a la Virgen que nos deje por lo menos besarlo, no sea que quedándonos en nuestras casas amodorrados por el exceso de la comida y de la bebida nos ocurra también a nosotros aquello que dice del pueblo elegido el profeta Isaías: «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende». (1,3)

El gallo anuncia que la noche se termina y el día ya ha llegado. Así es la Nochebuena, es tal la luz que la ilumina que no tiene oscuridad y por tanto desaparece.

Llegará Año Nuevo y recordaremos, con un margen de error conocido, la fecha que hace del Nacimiento del Salvador: Dos mil catorce años y nos desearemos una feliz y próspero año lleno de felicidad, paz y prosperidad, vamos, lo imposible, pero verdaderamente posible con el Señor, y después vendrá la noche mágica del día de los Reyes donde los niños estarán temblorosos de ilusión esperando sus regalos y los mayores, conservando más el temple, también, y en todos estos días nos gozaremos con los miembros de nuestras familias, con los amigos, y nos acordaremos de los que se han ido y a quienes amamos y no podemos olvidar y, aunque no ocupen un lugar físico en la mesa sí lo ocuparán en nuestro corazón. Saldremos a ver belenes y pasear por las calles, nos daremos parabienes y nadie nos resultará extraño. Cantaremos villancicos y los niños pedirán el aguinaldo, esa paga generosa para festejar al Niño recién nacido. La fiesta de Navidad es una fiesta donde los niños tienen el derecho de ser protagonistas primeros, no lo olvidemos. Es más, la fiesta de Navidad es una fiesta donde estamos convocados todos a hacernos como los niños recordando aquellas palabras del Señor: “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3).

Y no nos olvidaremos de los pobres, de los enfermos, de los que están solos y necesitados porque recordamos el Nacimiento del que hizo pobre siendo rico y necesitado siendo suficiente y haremos lo posible para que por nuestra parte nadie se sienta excluido. Así lo canta uno de los autores de cantos religiosos modernos que más éxito ha tenido:

“A Belén se va y se viene por caminos de alegría,

y Dios nace en cada hombre

que se entrega a los demás.

 

A Belén se va y se viene por caminos de justicia,

y en Belén nacen los hombres

cuando aprenden a esperar.”

 

Con mis mejores deseos: ¡Feliz Navidad para todos!

Muchas gracias.

José Antonio Abellán Jiménez

 

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