“VERBUM CARO FACTUM EST PORQUE TODOS OS SALVÉIS”
Así canta uno de los villancicos tradicionales del siglo XV cuando llegan estas fechas importantes en el calendario: Las fiestas del Nacimiento del Señor que popularmente tendrán su inicio en la Nochebuena y terminarán el día de los Santos Reyes Magos aunque en la liturgia se prolonguen hasta la fiesta del Bautismo del Señor.
A decir verdad, no sólo celebramos el Nacimiento, sino los misterios de la Encarnación del Señor, algo humanamente impensable: Que Dios se ha hecho hombre, se ha hecho un ser humano en un momento de la historia y en pueblo concreto como es el pueblo judío.
¿Y para qué hizo Dios este milagro de unir en sí mismo la naturaleza humana y la divina en la persona de Jesús, en qué nos repercute? Hablando en términos de “progreso evolutivo” podemos decir que en la Encarnación del Señor se ha dado un “salto cualitativo” en nuestra condición y es que los hombres podemos llegar a unirnos con Dios sin mezcla ni confusión, podemos llegar a ser herederos de Dios, participando de su misma vida y consecuentemente ya no miramos a los seres humanos por su sola condición humana física, siempre débil y mortal, sino por su condición de ser herederos de Dios y, a partir de ahí, reconocemos la misma dignidad a todos y cada uno de los seres humanos de este mundo sea cual sea su situación particular. La misma dignidad tienen el niño y el anciano que el joven y el adulto, el sano que el enfermo, el hombre que la mujer, el rico que el pobre, el terminal que el que acaba de ser concebido… es decir que cada ser humano en particular es merecedor del mismo trato de amor, de consideración y respeto y eso trae como consecuencia que quien tiene más dé a quien tiene menos, que no se consienta discriminación por condición sexual, de raza, de religión, etc. Más todavía, como todos los seres humanos tenemos la misma dignidad, a la hora de inclinar la balanza a favor de alguien hay que hacerlo a favor de los que tienen la dignidad más en peligro por su debilidad.
Esta grandeza en la contemplación y consideración de los seres humanos ha sido asumida a lo largo de la historia por todas las sociedades donde el cristianismo ha tenido posibilidad de influencia reflejándose incluso en sus legislaciones, y no se da en aquellas sociedades donde el cristianismo no ha llegado o ha llegado muy limitadamente.
Hoy por hoy, muchos gobernantes, legisladores y partidos políticos de las mismas sociedades que han sido revestidas de esta conciencia de la dignidad humana por la misma fe cristiana que las ha envuelto hacen en su mayoría desprecio del cristianismo al que “acusan” de retrógrado en el avance de supuestos derechos que el cristianismo no reconoce y por eso proponen erradicar la fe y reconstruir unas nuevas sociedades sin la influencia de Cristo. Pero “esos supuestos avances de derechos” ¿Lo son de verdad? Unas de las nuevas legislaciones son con respecto al matrimonio, a la familia y a las legislaciones antisexistas. Con respecto al matrimonio se equiparan las uniones entre hombre y mujer con las uniones entre individuos del mismo sexo, con respecto a la familia y antisexismo y se eliminan la diversidad entre padre y madre para llamarlos en España, por ejemplo, “progenitor A” y “progenitor B”. Con respecto al matrimonio, si se acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo, ¿por qué no aceptar la modalidad de matrimonio de la poligamia o la poliandria? En el Estado de Utah (EE.UU.) un juez ya ha abolido una ley contra la poligamia.
Vivimos en una época fascinante de la historia humana. La grandeza e influencia de la Encarnación del Señor que tanto bien ha hecho y hace a la Humanidad quiere ser eliminada y los cristianos tenemos el reto por delante de hacer presente de nuevo este Misterio como el más grande liberador de la humanidad frente a la opresión de supuestos “poderosos” para defender la dignidad de la mujer, de los hijos, de los padres, de la familia…
La fiesta de la Navidad no es una fiesta aparente de confetis y buenas intenciones, es la fiesta de la defensa de la dignidad de los pobres y necesitados, la fiesta de la grandeza humana que no puede ser de nuevo reducida a la humillación de unos por otros. La fiesta de Navidad es una fiesta profética. No podemos ni debemos olvidar aquella recomendación que hizo el Papa San León Magno allá por el siglo V cuando el Imperio Romano se estaba desmoronando y los bárbaros del Norte llegaban en hordas saqueadoras e impositoras de una nueva sociedad: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el tenor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.
Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.”
José Antonio Abellán