En el mes de mayo la ciudad de Yecla se viste de fiesta para honrar a San Isidro Labrador. Son unas fiestas tradicionales llenas de colorido y belleza, no cabe la menor duda, unas fiestas que, cambiando la forma, han mantenido con fidelidad el fondo: la memoria de San Isidro. En honor del santo patrón de los agricultores españoles se celebra la “Misa Labradora” donde la Basílica se llena de jóvenes de ambos sexos ataviados con el típico traje costumbrista. En su honor e imitando la característica caridad del santo para con los pobres y necesitados se celebra la “procesión de la ofrenda.” En honor del Santo se celebra la “Procesión a Santa Bárbara” con la típica hoguera que marca el quiebre de la procesión y en honor del Santo se realizan también las impresionantes carrozas revestidas de “papelicos” dignas de todo encomio y admiración por su ingenio, color, belleza y maestría.
Yo quisiera resaltar, -mirando las sagradas imágenes que representan a San Isidro y a su esposa Santa María de la Cabeza-, dos grandes valores que ellas muestran: Fijémonos en San Isidro: Los ojos elevados al Cielo, en una de sus manos el fruto de la tierra (un racimo de uvas) también mostrándolo a las alturas y en la otra mano la herramienta de trabajo con la que cavaba la tierra en busca de la preciada agua.
¿Qué nos enseña la imagen de San Isidro? El valor inestimable de la fe en Dios creador a quien ofrece humildemente el fruto de la tierra y de su trabajo. De san Isidro se cuenta que no pasaba ningún día sin hacer oración, que antes de salir a la faena del campo pasaba siempre por la iglesia parroquial de San Andrés en su villa de Madrid para adorar al Señor… que toda su vida era una sincera oración. Se sabía administrador de los bienes de Dios, no su dueño, y por eso se los ofrendaba a Él, se los agradecía y, en su nombre, se los repartía a los necesitados.
La imagen de Santa María de la Cabeza también es ejemplar para nosotros. Está representada en el momento en que esa piadosa mujer lleva en una mano una vela encendida y en la otra una alcuza de aceite para iluminar la imagen de la Santísima Virgen venerada en la otra orilla del río Manzanares y a donde pudo llegar milagrosamente un día de río crecido quitándose la mantilla que cubría su cabeza y extendiéndola sobre las aguas para subirse en ella como si fuera una segura barquichuela. La ofrenda de la luz, la ofrenda de la fe, la ofrenda del amor sencillo y profundo a la Virgen María.
¡Qué “envidia” sana!, qué admiración mejor dicho, provoca en todos nosotros el ejemplo de este humilde matrimonio que vivió en el Madrid castellano hace diez siglos: Amor a Jesús presente en la Sagrada Eucaristía, en el Sagrario, en la Comunión diaria y amor a la Santísima Virgen, nuestra Madre y Maestra.
¡Qué ejemplo para Yecla, la ciudad que celebra su memoria, esta Yecla industrial que nunca ha dejado de ser también agrícola y labradora.!
San Isidro y su esposa nos enseñan en valor de lo importante, de lo que construye y no destruye, de lo que hace familia y sacia de amor, de lo que ennoblece y anima a compartir: el valor de la fe en Dios a quien ellos miraban todos los días, adoraban de corazón y servían con todas las obras de su vida.