Orar con San Juan de Ávila en la solemnidad de la Ascensión.

El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Os ofrecemos a continuación unos fragmentos de San Juan de Ávila que pueden ayudarnos a adentrarnos en el sentido de esta fiesta.

(Sermón 18, en Obras completas, BAC (2000) Vol III, pp.228-241)

Con su Ascensión  nos muestra nuestro destino.

2. Ya sabéis como hoy se nos fue al cielo nuestro Señor. No es pequeño negocio saber qué hemos de sentir ante esta subida. Estaremos hoy alegres y estaremos llorosos. Nuestro deseo parece que se inclina a tener presente a Jesucristo en forma mortal, para que lo verlo con ojos de carne y gozáramos de su conversación; mas Él a otra parte parece que tira. «Discípulos míos, les dijo un día, voy al que me envió y por esto que os he dicho estáis tristes» (Jn 16,5). Dice: «Si me amarais, os gozarías porque me voy al Padre» (Jn 14,28), que el verdadero amor más mira al bien del amado que el contentamiento propio. Yo voy glorioso al cielo. Voy a reinar allá, porque «todo el poder me es dado, en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18): desde allá lo mandaré todo, el cielo y la tierra, y el mar y el infierno. Pues voy a dignidad tan alta, ¿por qué os entristecéis?. […]

La Ascensión del Señor4. El Señor sube hoy a lo alto y está hoy reinando para siempre. Ahora hablemos en lo que plega a su majestad nos quiera ayudar. […]. ¿Qué pensáis que os he de decir y dar de parte de Dios? Había de predicaros albricias: ¡Oh Israel, cuán grande es la casa de Dios y qué extenso su dominio!» (Bar 3,24). ¡Oh Iglesia, y si supieses el bien que os tiene Dios guardado, y cuán grande es la casa de Dios! Algunas veces me paro a pensar, Señor, que unos hombrecitos de capote, una mujercita que trae un manto roto y raído, se ha de sentar entre los ángeles en tu gloria. ¡Oh bendita sea vuestra bondad!

11. ¡Quién os lo supiese decir! ¡Aquel Dios que os crió, ha de ser vuestra joya y premio! La principalísima causa de vuestra perdición es no tener confianza cierta de ir a gozar de Dios. […]. Dios ha de ser mi ración y mi corona: corona será Dios de gloria y guirnalda de alegría en la cabeza a los que le sirven. Dios es mi ración, por eso ayunaré. Mis ojos, que han de ver a Dios, no es razón que vean vanidades; lengua que ha de alabar a Dios, no es bien que se ocupe en murmurar; cuerpo y alma que ha de gozar de Dios, no es justo que revuelque en el cieno. Si entendiésemos que hemos de ir al cielo, ese caso haríamos de lo próspero que de lo adverso. ¿Qué se me da de riquezas, pues espero las riquezas del cielo? ¿Qué se me da de trabajos, pues se han de acabar presto y luego he de ir a descansar?

16. «Mirad, dice San Juan, el amor que nos tiene Dios, que nos llamemos y seamos hijos de Dios. Hermanos, ahora somos hijos de Dios; aun otro mayor bien esperamos, más que ser hijos de Dios. —¿Y qué más podemos esperar? —Cuando enhorabuena amanezca nuestro día, seremos semejantes a Dios» (1 Jn 3,1-2): Dios hermoso y tú hermoso, Dios poderoso y tú poderoso, Dios bueno y tú bueno, Dios impasible y tú impasible, Dios bienaventurado y tú bienaventurado. —¿De dónde nacerá tanto bien? —Porque veremos a Dios así como es Dios. […]

25. […] Mira, hermano, hoy sube Jesucristo al cielo a tomar la posesión por sí y por ti; es tu abogado, tu procurador, tu padre, tu hermano, tu mayorazgo, tu esposo, tu amigo. ¿Quién ha visto en el cielo la cabeza sin cuerpo? Y si la cabeza está colocada, los pies reciben gloria de la corona; y si el marido es rey, la mujer es reina; y si él es rico, ella es rica. Reinando Cristo, reinamos todos con Él; si el hijo es rico, la madre, que lo ama como a sí misma, rica está con la riqueza del hijo.

Mucho podríamos comentar de estos fragmentos, pero en cierto modo el Maestro Ávila quiere resaltar la conveniencia de la Ascensión de Jesucristo. Con ella se cumple aquella palabra del Señor del Evangelio de Juan «cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros» (Jn 14,3).

Efectivamente, donde esta la cabeza que es Cristo, esta llamado a estar también el cuerpo que formamos los miembros de la Iglesia. Así que el mismo Cristo es el que abre las puerta del Reino del Padre, y nos invita a vivir una vida «a su estilo», muriendo a nosotros mismos para encontrar, tener y dar vida en abundancia. Digo a su estilo porque Él es el camino, la verdad y la vida.

De este modo, para que nosotros podamos seguirle en esa brecha, en ese camino que él ha abierto, poco han de importarnos los sufrimientos o las glorias que en este mundo pasemos. Nuestra esperanza no esta puesta aquí, en «el cieno» de las riquezas, comodidades, méritos o vanaglorias, sino en el sitio que Cristo nos tiene reservado junto a Él. 

Os invitamos a reflexionar a partir de los textos del nuevo Doctor de la Iglesia San Juan de Ávila.

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