Una de las fiestas más entrañables para todos, niños y adultos, es la festividad de la Epifanía del Señor con la conmemoración de los Santos Reyes Magos. Todos esperan el regalo que, como prolongación de los que le hicieron al Niño Jesús, llegue también a nuestras manos en signo de amistad, cariño, aprecio, verdadero amor.
Hablando de regalos Dios no quiere quedarse a la zaga y nos ha hecho el mejor que puede hacernos dándosenos a sí mismo. El día de Navidad cantaba la liturgia de la Palabra de Dios: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…” ¿Habrá regalo más profundo y hermoso que un hijo? ¡Pues eso es lo que nos ha dado Dios Padre: a su propio Hijo como hijo nuestro porque es hijo también de la raza humana, es hijo de María.
Los regalos que hacemos y esperamos no pueden oscurecer u ocultar este inmenso gran regalo de Dios que a todos nos ha tocado y hemos de apreciarlo en toda su verdad.
Si los regalos son signo de amistad, cariño, aprecio y verdadero amor, ¿Cuánto nos querrá Dios para regalarnos a Jesús? ¿Cuál será su amistad, cariño y aprecio por cada uno de nosotros? No hay medida humana que pueda calibrar esto debido a su inmensidad y grandeza.
Los regalos humanos, -como todo lo que hacemos los hombres-, duran un tiempo, el regalo de Dios, -como Dios-, dura para siempre y siempre es nuevo, no se rompe, no se pasa, siempre está puesto en valor.
Pero el regalo hay que esperarlo, buscarlo y recibirlo. Los Magos de Oriente son un ejemplo precioso para todos nosotros en este sentido: Ellos lo esperaron y buscaron al ver la estrella. Dejaron como Abrahán su casa, su tierra y todas sus cosas y se pusieron en camino indagando y preguntando. Querían ver a aquel en quien creían y aún no conocían y la Palabra de Dios les salió al encuentro indicándoles el lugar donde lo encontrarían. Fueron, lo vieron y su corazón se llenó de inmensa alegría al ver al Niño recién nacido en los brazos de María. No sólo lo vieron, también lo adoraron cayendo de rodillas ante él y le mostraron su fe reconociéndolo como Rey, Dios y Hombre verdadero al entregarle el oro, el incienso y la mirra.
De nosotros espera Dios que hagamos lo mismo: Igual que a los Magos nos pone estrellas en nuestro camino. Nos pone preguntas y signos en la vida que nos hagan cuestionarnos, que nos hagan pensar que hay algo más de lo que vemos, que hemos de salir de nosotros mismos para encontrarnos con lo que deseamos. Esos signos y esas preguntas que nos inquietan nos las ilumina con las Sagradas Escrituras que se proclaman en la Iglesia y que contienen la Palabra de Dios y por medio de la luz de la Palabra Divina nos encontramos con Jesús para que nos llenemos de alegría y le hagamos la ofrenda de nuestra vida y de todo lo que somos y tenemos para que Él lo llene todo de verdadera alegría al haber descubierto la Verdad que nos sale al encuentro.
Este deseo de Dios no siempre se realiza: Hay personas que no se mueven de su sitio y no buscan más ni mejor por muchas “estrellas” que tengan a su lado, no quieren ver ni quieren preguntarse, no quieren dar el paso. Es lo que les pasó a los sacerdotes de Jerusalén, conocían todo pero no se movieron de su sitio. Otros están tan seguros de sí mismos que no están dispuestos a ceder nada y piensan que Dios es un estorbo para su seguridad y felicidad. Es lo que le pasó al rey Herodes. Es triste, pero es así.
¿A quién imitaremos en esta fiesta de los Reyes? Quiera Dios que a los Magos para que el Regalo Divino no se quede arrinconado y nuestra vida se llene de sentido, de felicidad, de amor y de esperanza.
¡Feliz fiesta de los Reyes para todos!
José Antonio Abellán