¿A quién vamos a acudir?

De la misma forma que Josué, en la primera lectura de este domingo XXI del tiempo ordinario, propone al pueblo de Israel «escoged a quién queréis servir«, se nos ofrece también a nosotros esa posibilidad: ¿a quién quieres servir, a los dioses que adoran la mayoría como el dinero, el culto al cuerpo, la fama… o al Señor que nos lo ha dado todo?

Israel escogió al Señor su Dios que lo sacó de Egipto, que hizo grandes prodigios ante el pueblo y lo protegió en el camino. Esta es la historia del amor de predilección que Dios muestra por su pueblo y que mantiene también con cada uno de nosotros. Ahora bien, aceptar esta predilección divina es duro porque el amor exige amor, y mucho más cuando ha sido un amor de predilección; exige correspondencia en integridad y fidelidad. No podemos estar a dos aguas: como decía Santa Teresa de Jesús «tener sentados a una misma mesa a Dios y el Mundo«. Al que vive sin determinarse a corresponder al amor de Dios desde nuestra pequeñez y debilidad, le sobrevienen las dudas y su vida se cubre de una niebla que poco a poco le irá incapacitando para reconocer las maravillas que la mano de Dios va haciendo en su vida. Así, ante esta exigencia muchos desisten y abandonan, como los que dejaron a Jesús a raíz del discurso del Pan de vida, sin percatarse de que en esa dureza estaba la Vida verdadera.

Cristo nos llama a seguirle con esta integridad y entrega total, y al vernos vacilar por nuestras dudas, nuestros pecados y nuestra mediocridad nos dice: «¿también vosotros queréis marcharos?» Pero al igual que Pedro, ante estas preguntas hemos de hacer nuestra confesión de fe: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? sólo tu tienes  palabras de Vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios«. Este acto de fe hemos de tomarlo en el sentido que nos señala el papa Benedicto: «Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe en que Dios existe, no es una información como otras. Decir: Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el Hijo encarnado estás presente entre nosotros, orienta mi vida, me impulsa a adherirme a Dios, y a encontrar así el modo como debo vivir. Creer no es sólo una forma de pensamiento, una idea; es una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la senda señalada por la Palabra de Dios». Así, siguiendo lo que nos dice el Papa que es lo que nos dice la Iglesia, creer es reconocer que el Señor ha hecho y hace grandes prodigios en nuestra vida, y que de la misma forma seguirá actuando impulsándonos a seguir la senda del amor, de la entrega a los demás y del servicio.

Esta senda del amor es dar gratis lo que hemos recibido gratis, y se hace patente en nuestra vocación particular. El sacerdote amando y entregándose como el mismo Cristo actualizando así el sacrificio de la Cruz; el consagrado o religiosa dejando que Cristo, el mejor esposo, haga en su vida sus delicias para bien de todo el género humano, y los esposos en el matrimonio amándose mutuamente sin reservas. San Pablo en la Carta a los Efesios, nos habla precisamente de estos últimos, comparando su amor como el de Cristo a la Iglesia. Cristo ama a la Iglesia entregándose a sí mismo por ella para purificarla, engalanarla, alimentarla y cuidarla. Así ha de ser el amor del marido por la esposa, no viéndola como objeto sino como carne de su misma carne, de forma que dé la vida por ella. Ante este amor, la esposa al igual que la Iglesia responde con la sumisión que no es vasallaje sino dejarse amar por la cabeza. Si el esposo en verdad ama, buscará no hacer su propia voluntad sino antes la de su amada, y viceversa. Por eso el sometimiento del que habla San Pablo lejos de ser una reliquia machista es dejarse amar, amarse mutuamente hasta la entrega negándose así mismo. Ésta es la prueba del amor.

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