«La santidad es intimidad con Dios». Reflexión en el día del Santo Cura de Ars.

El día 4 de agosto la Iglesia celebra la memoria de San Juan María Vianney, sacerdote francés que aunque vivió en el siglo XIX, sigue siendo un modelo de vida sacerdotal en la actualidad, y que en el reciente año sacerdotal Benedicto XVI lo proclamó patrón de todos los sacerdotes del mundo.

Del Santo Cura de Ars, cuya biografía adjuntamos, son destacables sus numerosas virtudes: su vida de oración, su celo apostólico, sus grandes penitencias, el amor a la Eucaristía y a la Virgen, su pureza de corazón… Pero sin lugar a duda el manantial de todas las gracias con que Dios adornó a San Juan María es  su amor apasionado a Jesucristo, contemplado en las largas horas que pasaba ante el Santísimo. Un amor sin reservas y sin límites que arde como llama de fuego en respuesta a quien desde la Cruz nos ha amado ardientemente primero.

Del amor nace la intimidad con Dios, la unión a Él. El mismo Santo Cura decía: “¡Oh hermosa vida! ¡Hermosa unión del alma con nuestro Señor! La vida interior es un baño de amor en el cual se sumerge el alma. En este estado, Dios tiene al alma para llenarla de besos y caricias. Nuestro Señor tiene hambre de esta alma”. Tiene Dios sed de nosotros, sed de que nos entreguemos del todo a Él dejando las vanidades y cosas del mundo, sed de que le busquemos con amor apasionado.

Nosotros tendríamos que tener siempre encendida en nuestra vida la llama del amor a Cristo, sin dejar que se apague ni disminuya sino que vaya creciendo, madurando,  fortaleciéndose y avivándose de forma que queme en nosotros todo lo que nos sobra.  Para ello hemos de echarle leña constantemente, con la lectura de la Palabra de Dios, el desprendimiento voluntario, la abnegación de la propia voluntad ante lo inesperado, la confesión frecuente, el dejarnos iluminar en la dirección espiritual, y especialmente con la oración y la reflexión diarias: “la oración es una cosa perfumada… cuanto más se ora, más deseos se tienen de orar”, decía el Santo Cura.

Y además de los largos ratos de oración sosegada ante Jesús en el Sagrario, hemos también de unirnos a Él ofreciéndole cada momento de nuestra vida: “es menester ofrecer a Dios nuestros pasos, nuestro trabajo y nuestro reposo. ¡Oh cuan hermoso es hacerlo todo por Dios!”.  Se trata de decir cada día “hoy quiero hacerlo todo y sufrirlo todo por Dios… nada por el mundo ni por interés; todo para agradar a mi Salvador. De esta manera el alma se une a Dios, no ve sino a Él, no obra sin por Él”.

Con estas breves palabras entresacadas de textos de San Juan María, hemos de animarnos de forma especial en estas vacaciones a cultivar la vida interior, para que ese fuego del amor de Dios, siempre bien alimentado, pueda quemar a cuantos se crucen con nosotros, y así seamos testigos vivientes del amor de Dios. Dejemos mediocridades, comodidades, melancolías y desánimos, y dispongámonos a subir una vez más en la barca de la Iglesia capitaneada por ejemplos valientes como el de San Juan María Vianney, que son los que dan vida.

Al mismo tiempo, encomendemos al Señor por medio de San Juan María a todos los sacerdotes. Que especialmente ellos puedan ser reflejo de Cristo en el mundo, y vivan no un sacerdocio cualquiera, sino el sacerdocio que pide hoy la Iglesia, el que arrastra con el testimonio de vida, el de la entrega sin medida en holocausto, de forma que al verlos podamos decir lo que un día se dijo del Santo Cura de Ars: «He visto a Dios en un hombre».

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