Es la pregunta que se hicieron los vecinos de Isabel y Zacarías cuando éste último decidió, de acuerdo con su mujer, que su hijo se llamaría Juan y no Zacarías, como lo llamaban ellos.
Esta es también la pregunta que se hacen los padres cuando tienen en sus manos a su hijo recién nacido. Una criatura recién venida a este mundo es siempre una esperanza nueva, una vida nueva con un fin particular.
La pregunta “¿Qué va a ser este niño?” conlleva la convicción de que cada hijo, cada persona, es una existencia con autonomía, no con independencia, pero sí con capacidad de decisión propia.
Isabel y Zacarías tuvieron a su hijo por un milagro especial del Señor cuando ya eran ancianos y a pesar de que la madre había sido estéril. Sabían que su hijo, como todos los hijos, era un don de Dios al que siempre habían aspirado y que hasta ese momento no habían conseguido. Lo importante para ellos como padres era ayudar a su hijo para que respondiera positivamente al plan que Dios tenía sobre él, ayudarle a que siempre estuviera bajo la mano de Dios.
Al imponer al niño el nombre de Juan en vez de Zacarías, como era costumbre, están señalando que el hijo, aunque lo han tenido ellos, no les pertenece en propiedad, sino que es propiedad de Dios que se lo ha dado. Esto es una verdad para todos los hijos, no son propiedad de los padres, sino propiedad de Dios y hay que ayudarles a que respondan a la voluntad de Dios, no a las expectativas y proyecciones paternas.
Hoy los padres tienen muchas posibilidades para educar a sus hijos y todos los padres intentan darles lo mejor y lo más de lo que tienen. Eso es bueno, precioso y necesario, pero también es verdad que muchos padres no tienen claro que lo más importante que deben darle a sus hijos es el empeño de obedecer y servir a Dios que los ha creado. Darle a los hijos la capacidad para que desarrollen todas sus capacidades humanas está bien, es necesario y es tarea de los padres, pero sin olvidar que entre sus capacidades la primera de todas ellas es la capacidad de estar orientados a Dios, origen y fin de su existencia y de toda existencia en este mundo.
¿Por qué va a ser feliz un hijo? ¿Por qué tenga medios suficientes para desarrollarse en la sociedad? Sí, vale, pero con eso sólo no. Será feliz si ha sabido encontrar su lugar en la vida, si ha sabido encontrar su camino, si ha sabido el por qué y para qué de su existencia, y eso sólo es posible descubrirlo si Dios se hace presente en su vida y se le enseña a que sólo desde Dios podrá encajar el puzzle de todo lo que le acontezca.
¿Qué van a ser vuestros hijos? Sólo Dios lo sabe, por eso es tan importante acercarlos a Dios y educarlos para que vivan toda su vida bajo su mano misericordiosa. Si no se hace así los padres habrán cogido el abuso de querer marcar a sus hijos un camino que no es el suyo o de haber consentido a sus hijos que elijan un camino que puede ser errado y, queriendo para ellos la felicidad, los habrán hecho unos desgraciados, unos infelices, unos engañados.
Nadie puede dar esta convención de vida en Dios si no la tiene para si. Tener un hijo obliga a los padres a plantearse su modo de vivir porque según vivan así darán a sus hijos ejemplo de vida.
Pues en esas estamos. La respuesta a la pregunta “¿Qué será este niño?” pasa ineludiblemente por la respuesta a la pregunta “¿Qué soy yo?”
Dios quiera que todos encontremos la verdadera respuesta, que no es otra que esta: Todos los seres humanos somos un acto de la voluntad amorosa de Dios, única razón verdadera de todo lo que existe.
José Antonio Abellán