En la Audiencia General que el Papa Benedicto XVI tuvo el miércoles pasado para dar inicio a la explicación del Credo, dijo: “Creer en Dios nos hace, por lo tanto, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir comportamientos que no pertenecen al modo de pensar común. El cristiano no debe tener miedo a ir «a contracorriente» por vivir la propia fe, resistiendo la tentación de «uniformarse». En muchas de nuestras sociedades Dios se ha convertido en el «gran ausente» y en su lugar hay muchos ídolos, ídolos muy diversos, y, sobre todo, la posesión y el «yo» autónomo. Los notables y positivos progresos de la ciencia y de la técnica también han inducido al hombre a una ilusión de omnipotencia y de autosuficiencia; y un creciente egocentrismo ha creado no pocos desequilibrios en el seno de las relaciones interpersonales y de los comportamientos sociales.”
Me he acordado de una “canción protesta” que estuvo de moda por los años 70 y 80 de Paco Ibáñez titulada “La mala reputación” y que decía así entre otras cosas: “No a la gente no gusta que uno tenga su propia fe… en el mundo pues no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado…”
No estoy de acuerdo con todo lo que dice la canción pero con lo que transcribo sí. La fe católica es, indudablemente, un ir contracorriente. El Papa lo dice de esta manera que llama la atención por su valentía: “Creer en Dios nos hace, por lo tanto, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir comportamientos que no pertenecen al modo de pensar común.”
Hoy no está de moda creer en Dios, no es el pensar común. Hay una presión continua para vivir “etsi deus non daretur”: como si Dios no existiera. No es política ni culturalmente correcto en España hablar de Dios. Nos han impuesto esa moda y muchos la han aceptado sin prever sus consecuencias. Los políticos, muchos periodistas, pensadores, guardianes de la cultura, etc. han hecho bandera de suprimir su nombre e invocación. Se argumenta que somos un país laico, que no lo somos, somos un país aconfesional, que no es lo mismo, pero en fin, para el caso ahora lo mismo da. El caso es que hay que vivir como si Dios no existiera. Para muchos españoles que participan de la vida de la Iglesia de Dios, que vienen más o menos a los actos religiosos con motivo de las fiestas u otras conmemoraciones e incluso más o menos a misa, cuando hablan de la Iglesia la miran como algo extraño a ellos que les interesa poco y, si les interesa, es para darle leña, no para amarla. Hay en algunos otros un odio feroz a Dios y a su Iglesia, una voluntad de eliminarla, de hundirla en la miseria.
Yo estoy feliz de ir contra corriente cuando la corriente imperante nos lleva irremediablemente al precipicio, a un estilo de vida donde se potencia la muerte de inocentes, donde unos se escandalizan del robo que otros hacen, del enriquecerse a costa de los demás y por otro lado admiran y desean una vida de sensualidad, de pelotazos, de bienestar individual, donde hay falta el respeto hacia los otros, donde se destruye la familia, donde se potencia la libertad sin verdad que se traduce en dictadura ideológica, donde la justicia es esclava de intereses de conveniencia…
Sin Dios, que es la referencia última de la verdad, de la justicia, del respeto, la sociedad se encarcela a sí misma y se ata a cadenas de desesperanza. ¿Qué se puede esperar de un mundo sin Dios? Lo que ya hemos conocido en esas sociedades donde Dios ha sido despreciado y que subsisten todavía en muchos lugares del mundo: regímenes dictatoriales donde nadie puede moverse porque es aplastado. Yo no quiero eso ni para mi ni para nadie.
Ni siquiera la fe en Dios por sí sola es garantía de libertad verdadera, de justicia, de esperanza. Hay muchas fe en Dios en el mundo que consagran una vida humana tremenda, inhóspita, injusta.
Para mi y para otros muchos, gracias a Dios, la única fe liberadora y que defiende la dignidad de todo ser humano es la fe que nos ha regalado Jesucristo y que está todavía en el sustrato de nuestra sociedad occidental. Los valores, criterios y comportamientos a los que alude el Papa son todavía la raíz de una sociedad que hoy se las da de incrédula y que en el empeño de arrancar el cristianismo no se da cuenta que arranca también los valores que todos soñamos y deseamos.
Yo estoy muy contento de ser católico y os animo a todos a serlo con todas sus consecuencias. No tengáis miedo a ser cristianos de verdad que “Dios no nos quita nada y nos lo da todo”, como nos anunció Benedicto XVI. No sigáis a ningún abanderado que desprecie la cruz de Cristo porque se revolverá contra vosotros y con cantos de sirena os devorará antes que después. Hay que salvar al mundo de la hecatombe. Hay que tener paciencia y mantenerse firmes en la fe.
José Antonio Abellán