LAS PRIMERAS COMUNIONES Y LAS FAMILIAS

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En estos domingos pascuales se están celebrando las Primeras Comuniones de los niños que han completado su primera iniciación catequética después del Bautismo. Es un momento verdaderamente gozoso para los niños, para sus familias y para la Iglesia.

¿Cómo no resaltar la ternura, la ilusión y la fe de estos niños que se acercan por vez primera al Altar del Señor para participar de la Mesa de su sacrificio?

Los días de preparación son días de mucho ajetreo: regalos, fotos, compra de vestidos, ensayos, organización del banquete… con todo esto los niños experimentan que se acerca algo importante y extraordinario que transforma su vida. Y es verdad. Se acerca el día en que el Señor les regala unirse a él y formar con él un solo cuerpo. Del mismo modo que los alimentos los asimilamos en nuestro cuerpo mortal y se hacen uno con nosotros, así también Cristo nos une a él por el Misterio de la Comunión y nos hace uno con él.

Desde las parroquias los niños se introducen en el grupo de los comensales de la Eucaristía y aprenden a participar en ella. Os tengo que confesar que preparar a los niños para este momento sagrado es uno de los momentos más esperados de mi vida sacerdotal.

Hay personas adultas que piensan que los niños a esta edad tienen una inocencia incapaz de comprender los problemas de la vida. Nada más lejos de la realidad. Los niños son niños, es verdad, pero ni son ignorantes, ni inocentes, ni simplones. Es verdad que no se les puede reclamar que tengan la capacidad reflexiva de los adultos, pero eso no quita para que tengan seria capacidad reflexiva a su nivel. Los niños son capaces de distinguir el bien del mal, son capaces de maquinar obras de justicia y obras de injusticia, son capaces de tener una fe impresionante que piensa y ama y son capaces de sufrir y de hecho sufren aunque callen. En el mundo de los adultos los niños no son escuchados y por eso no hablan, pero si se les preguntase veríamos qué capacidad más impresionante tienen para decir verdades sin dobleces y poner los puntos sobre las íes.

Una de las cosas que más me impresiona a la hora de dialogar con los niños e invitarles a rezar espontáneamente es la importancia que dan a su familia. “Te pido, Señor, por mi familia” es una oración continua. Su familia son sus padres, sus hermanos, sus abuelos, sus tíos, sus primos…” Cuando piden por su familia piden que ese espacio vital nunca les falte, que siempre estén unidos aunque se peleen. Su familia es el engarce de su vida. Son capaces de comprender que el padre y la madre se enfaden, aunque no les guste, pero no pueden comprender que el padre y la madre se separaren, para ellos eso es un desgarre que oprime su alma y que no son capaces de asimilar, es siempre una bola indigesta. Este sufrimiento, por las circunstancias que rodean a algunos hogares en nuestro tiempo, puede también aparecer con mayor vehemencia para los niños en la fecha de su primera Comunión. Quiera el Señor conceder a todos los padres vivir lo más unidos posible en bien de sus hijos en estos días tan importantes para ellos.

Los niños piden muchas cosas superfluas para sus ilusiones momentáneas, pero también saben pedir para el fundamento de su vida, y ahí piden siempre el amor del padre y de la madre y el amor entre el padre y la madre porque ellos saben que han nacido de ese amor y lo necesitan para crecer sanos y estables. No vale cualquier otro amor sino el de su papá y su mamá.

En el momento de la Primera Comunión se vive con mucha finura la verdad de que la familia es la “primera iglesia” del niño. El espacio donde se vive profundamente la belleza de la fe que se demuestra en la oración y en el amor entre todos los que conviven en el mismo hogar familiar. Que el acontecimiento sagrado de acercarse al Altar del Señor nos ayude a todos a ser agradecidos por nuestras familias y a trabajar sin descanso por su unión.

José Antonio Abellán
Párroco de la Purísima

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